- ¡Esta carne está muy cocinada! - exclamaba mi hermana a los 12 años cuando le pasaban su almuerzo y la carne no contaba con ese toque rosado crudo, a mi parecer, en el plato. - Y a mí me pueden pasar un poco de limón para el arroz y que mi carne venga preferiblemente quemada a cruda - pedía aterrada mi ingrediente secreto y el término de mi carne, expresión que me acompaña hasta el día de hoy (si es que pido carne), cuando voy a un restaurante y me preguntan el término de mi carne, situación que considero innecesaria en realidad, porque aunque la pida bien cocida, lega por lo general rosado crudo.
Por su puesto que si ya han leído la entrada de los "Cevallos comemos limón", realmente pueden comprender que ese es el ingrediente secreto contra cualquier accidente culinario. Se quemó el arroz, limón, pollo servido y limón para la niña, ya que desde temprana edad descubrí que el pollo no era parte de mis comidas predilectas. Realmente sufría si me invitaban a almorzar a la casa de mis amigas y me daban pollo, había inventado el mito urbano de que soy alérgica, porque en mi casa no se permitía dejar de comer un plato servido sólo porque no te guste, así que me tocaba fingir muerte absoluta para que me hagan arroz con huevo frito, disculparme con la madre de mi amiga por el mal entendido y por su puesto, ser la burla de cualquier ser que conozca de mi alergia, la cual es muy probable sea inexistente. Pero un día, mi mami descubre los nuggets con miel y me encantaron, un día no hubo miel y me vi obligada a comerlos con limón, curiosamente sabe a pescado, así que ahora, como pollo con limón y me auto-engaño. Pero eso sí, la sopa de pollo, no me pasa por nada de este mundo, hay algo tan desagradable para mí con respecto al olor al pollo hervido, que mi mami notó que cuando era una bebé, lloraba cada vez que lo cocinaban, gritos despavoridos del olor y asco, lo lamento por los amantes de este plato, no compartimos los mismos gustos.
Por su puesto que a esto hay que agregarle el limitado menú de sopas que ingiero, que no son más que 3: sopita de fideo (con extra queso por supuesto), caldo de bolas de verde y caldo de hueso blanco, las tres muy tradicionales de mi país. Hay que agregar que la sopa de fideo lleva un alto grado de cebolla y queso, ingredientes que me acompañan siempre y las otras dos saben ESTUPENDAMENTE bien con limón.
Sin embargo, a pesar de todos esto requerimientos de limones dentro de mi menú alimenticio, no entra el ceviche. Plato típico costero de mi país, que se sirve frío. Un día de esos en donde los pensamientos sobran, salió una conversación con mi papi, de lo extraño que me parecía no comerlo, siendo yo tan fan del consumo del limón, mi papi, sonríe entre dientes y me dice "¡ja! a mí tampoco me gusta". Por su puesto que si me sirven un ceviche de pescado curtido, que es una de las maneras que se lo puede preparar, en donde el más rico lo probé en Puerto López, una porción extra de chifles estamos listos para disfrutar la playa como se debe, eso sí "niña lávese bien las manos y liémpese bien cara" me decía mi tía, "que el limón mancha la piel"... y si te lo pones en la cabeza te aclara el cabello.
Avanzando sobre este recuerdo culinario, sobre los sabores y las maña, que he venido recordando desde el domingo, llegamos a los estilos de servir el plato, a mí, no me gusta comer la comida hirviendo, o sea, que esté hirviendo en la olla, y que se me enfríe el plato al frente, puedo esperar, pero que me lo pasen mal calentado, o frío de ambiente, me molesta (ridícula, lo sé), por eso, yo cocino me sirvo, y manejo mis tiempo como quiero, no hay drama, el arroz, se lo come al día, jamás me verán comer arroz guardado, pregúntenle a mi pobre madre cómo la torturé cada vez que me daba algo del día anterior, aunque ahora que lo pienso, no sé si me molestaba el sabor de arroz viejo, o de que yo sabía que era viejo, y ella me mentía para que me lo comiera. Mi mami, por otro lado, le gusta comerse la comida caliéntísima y generalmente se quema, pero creo que es una cuestión climática, ella no proviene de un lugar cálido, supongo que en su ciudad natal, comían comida caliente, para mantener el cuerpo a una temperatura agradable durante el invierno. Ella que es friolenta en la actualidad, nunca me ha contado hasta el momento algún invierno fuerte que le haya tocado vivir. Al contrario, ahora que visita a su familia y le toca la entrada del invierno, menciona que sale despavorida de las calles. Por otro lado mi papi, ese creo que tenía más temas que yo. La sopa se la tenían que servir caliénte, pero traerle el segundo plato al mismo tiempo, sí, para que se le enfríe al frente. O sea, la sopa caliente y el segundo ya no tanto y la misma maña la tenía con el café, tenías que servírselo calientísimo y ahí estaba él dándole la vuelta, vuelta y vuelta, y se lo tomaba con cucharita, como hago yo casualmente, y ya cuando quedaba un poco más de un dedo en la taza, shot, porque ya se ponía muy frío.
Mi hermano, come todo lo que le den, pero él debe de controlar las porciones en su plato, si ve un plato muy lleno, decide no comérselo, porque se llena con "sólo mirarlo", como me dijo una vez en donde abusó con la servida de un bufete. Él nos velaba la comida a mi hermana y a mí, como gallinazo en carretera con la típica pregunta cuando ya le dábamos mucha vuelta al plato "¿te vas a comer eso?" pregunta que hacía con su tenedor en la mano, el mismo que visitaba el plato antes de la respuesta, ¡adiós tomate! Mi hermana, odia la cebolla y el ajo, y me dice que de pequeña yo me comía la cebolla como si me estuviese comiendo una manzana, la verdad es que sólo recuerdo esa imagen una sola vez, y ella haciéndome arcadas por mi acto, es más, para ella quedó eso como algo periódico o continuo, como si lo hubiese hecho "siempre", mientras que para mí eso fue la primea y última vez que lo realicé, porque yo no quería comer algo que cause ese repudio a las personas. Así que sigo comiendo cebolla, en todo sus estados, pero cortada, ya no como manzana entera. Y es aquí donde venía la constante lucha, mi ensalada con cebolla, la mía sin cebolla y la solución era hacer la ensalada sin cebolla y a mí me pasaban un plato adicional con la cebolla cortada para que lo agregue, lo que traía otro problema, el olor seguía siendo insoportable para mi hermana y a mí me gustaba que todo sea una mezcla de sabores, cosa que no sucedía si le ponía la cebolla solita, ahí no era una mezcla era sólo algo previo con cebolla. Volvíamos locas a las empleadas y a mi mami.
Pero es que es bastante complicado recordar todo, mi esposo no come nada con limón, así que yo me acostumbré a comer ensaladas sin limón, porque a mí me gusta el curtido con todo mezclado, no la ensalada con limón, créanme, sabe diferente, mi mami siempre me discutía "pero ponle después" "es que no sabe igual" respondía incomprendida. Claro que hay cosas que saben bien, cuando se le echa después, como la carne, el arroz, el puré, la cremas, sí, cremas si como, lo que no como son sopas. Si en casa hacía una sopa de verduras, a la niña había que licuársela, y si comía crema, no comía segundo, porque por su puesto, a la crema ya le echaba arroz y limón. Mi mami, realmente sufría cuando venía lo que hacía con las cremas y me decía "ya le has puesto mucho arroz, es sólo una cucharita" y yo pensaba 'una cucharita, ¿eso qué es tres granos por cada cuchara de sopa?' ... "no mami, no te preocupes, que lo que hago es facilitarle la acción de mezcla en mi estómago, así ya no como segundo" porción de arroz a la crema, mami con la cabeza en negación y resignada mientras pedía que le calienten de nuevo la sopa que se le había enfriado por ponerse a aconsejarme que le ponga menos arroz a mi crema.
Y así, me pongo a pensar, ¿cómo son los padres que deben descubrir esas mañas alimenticias de sus seres queridos? ¿cómo seré yo de madre, cuando tenga que descubrirlas... o imponerme? Me parecen tan graciosas esas historias, no sólo porque sean recuerdos lindos de mi vida en donde compartí con mis seres queridos, sino también porque me parece bastante interesante como desde pequeños podemos manifestamos individualidad en las pequeñas cosas que nos rodean y a veces pasamos de incomprendidos, porque esos gustos son una tanto contradictorios. Yo he aprendido a reconocer los míos y a reírme de ellos. Al menos yo, ya no pido carne en restaurantes.
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