Todos tenemos una vida, una historia.
Todos tenemos algo que no deseamos que se repita.
Una equivocación, un mal momento.
Después de haber pasado por una mala época o mala racha, según también diríamos, le escribí una carta a Dios.
Hice una petición honesta, hablé de como soy, de mis defectos de mis virtudes y hablé de la persona con la que me gustaría compartir estas habilidades.
Fui sensata en mi análisis, inclusive en mi petición dije hasta los defectos que me gustaría que tenga. La idea de esta petición, era que dos personas en compañía se conviertan en mejores personas juntas.
Al poco tiempo esa persona llegó a mi vida y hasta hoy sigo agradeciendo su llegada.
Hay muchas razones para creer, creer en la grandeza del ser humano y su bondad, creer en la grandeza de un Dios, que sólo es amor, desde mi punto de vista, creer que si vives a la par de tus principios e ideales puedes obtener tus metas, aunque en el camino te tome un poco más del tiempo pensado. Creer en llegar y estar convencido de hacerlo, es lo mismo que haber llegado, mientras recorres el camino y saboreas cada instante.
Reconocer cuando hay que cambiar de estrategia, para igual llegar al objetivo, no quiere decir que hayas dejado de creer en tu proyecto, sólo que fuiste lo suficientemente conciente de que necesitaba otro enfoque, y con él un cambio. Creer en tus acciones y que estás valen la pena para ti, para alguien, es lo que alimenta el alma.
Tengo muchas razones para creer y tengo mucho que agradecer también, inclusive cuando hay tormentas.
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