
Hace un par
de meses nos cayó una plaga horrible de chinches en la casa, los extraterrestres estos se habían venido con nosotros de un hotel en Francia, que no era
ninguna cosa barata, pero bueno, ya me han dicho que igual, no importa mucha el precio la de habitación sino el aseo que como tal se brinde. Por otro lado al parecer desde hace un par de años no ha
pasado un invierno fuerte por Europa y muchas plagas han renacido, porque no
mueren durante el invierno. Así que ahí estábamos, los chinches, nosotros y nuestras cosas.
Cuando
finalmente los descubrí, boté todo lo que tenía un ápice de esponja donde estos
seres podrían esconderse. Lavamos todo y
lo metimos en fundas empacadas al vacío, lo cual hay que destacar que son una
maravilla para ahorrar espacio al momento de guardar las colchas de invierno.
Todo lleno de desinfectantes naturales, pasando la aspiradora y el vaporizador
por todas las esquinas de la casa. Hasta que finalmente cantamos victoria sobre
ellos, y no los hemos vuelto a ver, esperemos que así sigan hasta la eternidad.
Entre estos
disparates superados, vividos con una rascadera horrible en la cabeza, porque de sólo recordarlo me da una sensación horrible de que me pica todo el cuerpo, nos quedamos sin sofá. Era uno viejito que nos regaló una amiga,
pero que ya pedía cambio desde hace algún tiempo. Se fue sin fiesta ni
despedida, le dije adiós mientras lo lanzaba al contenedor de muebles
tapizados. Claro porque aquí en
Alemania, todo tiene un contenedor, el de sólo madera, el de madera y tapiz, el
de fierro solo o con algo. Lo que nunca encontré era si permitían los chinches
en alguno, no pregunté, y dado el nivel de urgencia de deshacernos de esos
extraterrestres no nos interesó.
